La obesidad, por sí misma, constituye una importante alteración de la salud. Pero, además, complica y agrava otras enfermedades. Es conocida su influencia en las enfermedades del aparato locomotor, (en este caso depende más de la severidad de la obesidad -índice de masa corporal- que de la distribución de la grasa). También es conocida la influencia extraordinariamente negativa de la obesidad en enfermedades metabólicas como la diabetes mellitus tipo 2, las hiperlipidemias (alteraciones en colesterol y triglicéridos en la sangre) en sus diversas formas y, desde luego, las enfermedades cardiovasculares. Los pacientes obesos suelen tener generalmente un nivel bajo de colesterol HDL (“bueno”) y un aumento de los triglicéridos. Además presentan intolerancia a la glucosa, resistencia aumentada a la insulina y niveles plasmáticos altos de insulina.
Cuando se reduce peso se aumentan los niveles de HDL, disminuyen los niveles de insulina, ácido úrico y tensión arterial, y descienden los triglicéridos.
Obesidad y Corazón
En relación con las enfermedades cardiovasculares, la obesidad tiene un efecto doble. Por un lado, conocemos que la obesidad condiciona un mayor incremento de la tensión arterial. Se estima que la hipertensión es 2,5 veces más frecuente en los obesos que en los sujetos de peso normal, y que dentro de los obesos es mayor en la obesidad de tipo androide (índice cintura/cadera mayor de 1) que en la ginoide.
Sabemos que la pérdida de peso disminuye la tensión arterial tanto en personas normales como en obesos.
La obesidad es, además, un factor de riesgo de padecer cardiopatía isquémica, y este riesgo es independiente de otros factores como edad, sexo, colesterol, tabaquismo y tolerancia a la glucosa.
Recientemente, se ha publicado un estudio internacional sobre la prevalencia de la obesidad y su impacto en el gasto sanitario (Estudio Delphi).En él, se cuantifican los costes asistenciales de la obesidad: el 62,6 por ciento del gasto generado por las complicaciones de la obesidad corresponde a enfermedades cardiovasculares.
Tipos de obesidad
Desde el punto de vista anatómico la obesidad puede ser:
Q Hiperplásica (exceso de número de células grasas; suele ser una obesidad grave de inicio temprano).
Q Hipertrófica (exceso de tamaño de las células grasas; más leve y de inicio en la etapa adulta).
Q Mixta. Combina los dos tipos.
Desde el punto de vista de distribución de la grasa puede ser:
Q Ginoide (en forma de pera). Se caracteriza por un acumulo de grasa preferentemente de cintura para abajo, (entre caderas y rodillas). Es más frecuente en las mujeres y se suele asociar a varices y problemas osteoarticulares.
Q Androide (en forma de manzana). La grasa se localiza fundamentalmente en la cintura. Es más común en los varones y se relaciona de forma especial con la diabetes mellitus tipo 2I, arterioesclerosis, hipertensión arterial y aumento de riesgo cardiovascular.
Es importante estudiar la distribución de la grasa, ya que según en qué zonas se halle tiene mayor o menor importancia en cuanto a factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares. Para saber qué tipo de obesidad estamos contemplando se puede utilizar la relación cintura/cadera: para ello medimos el perímetro de la cintura (pasando por el ombligo y la cresta ilíaca), y lo dividimos por el perímetro mayor de las nalgas. Si el cociente es mayor de 1, tendremos obesidad androide, si es inferior ginoide.
Prevención
Ante el aumento de los casos de obesidad (derivados de los nuevos hábitos de vida en los países desarrollados: empeoramiento de la dieta, sedentarismo…), se hace aún más necesario incidir en la prevención de la obesidad, especialmente entre niños y adolescentes.
La prevención de la obesidad se basa en tres pilares fundamentales:
ü Una dieta cardiosaludable: Una dieta equilibrada, pobre en grasas saturadas y rica en verduras, legumbres, fruta y pescado, es garantía de bienestar, prevención de las enfermedades cardiovasculares y fórmula de control del peso corporal.
ü Ejercicio físico moderado y regular: por sí sólo puede ser capaz de controlar el peso en personas con el peso ideal o un ligero sobrepeso. Lo más importante es la constancia en su práctica.
ü Hábitos de vida activos. La obesidad se previene si mantenemos unos hábitos de vida saludables que incluyen actividad física, movimiento, contacto con la naturaleza, un cierto esfuerzo físico… Las actividades sedentarias no son perjudiciales por sí mismas, lo son si constituyen todo nuestro ocio y nuestra forma de vida. Desde caminar por el campo a dejar de usar el coche cuando no sea posible, hay muchas fórmulas para mantenerse activos y controlar, de paso, nuestro peso.
Tratamiento
La única regla de oro en el tratamiento de la obesidad es conseguir que el gasto calórico sea superior a la ingesta. Para ello debemos valernos de dietas bien equilibradas que controlen la ingesta de alimentos, hacer ejercicio y cambiar los hábitos de vida para aumentar el gasto de calorías. El objetivo debe ser conseguir una pérdida de peso razonable. Pérdidas de peso de un 10 por ciento se correlacionan con una significativa reducción de los factores de riesgo cardiovascular. Para ello, ha de seguirse una pauta que permita una pérdida de peso moderada pero sostenida.
El ejercicio debe ser progresivo y continuado, adaptado a la edad y a las características de cada paciente. Además de ser beneficioso, por la pérdida de peso, también es favorable para la tensión arterial, la diabetes, el corazón, los vasos sanguíneos, el colesterol, la arteriosclerosis, los huesos y articulaciones... No hay ejercicios mejores o peores, pero el más simple es caminar. Todo debe programarse de acuerdo con la edad y constitución del paciente. Como norma general, no se deben realizar ejercicios físicos intensos después de comer, ni a altas temperaturas, ya que lo único que se consigue en estos casos es perder más líquidos e iones sin aumentar el número de calorías gastadas.
La dieta tiene que ser hipocalórica (para que se quemen las grasas almacenadas) pero siempre equilibrada y variada evitando la monotonía (comer sano no es sinónimo de falta de variedad). Es muy importante crear nuevos hábitos alimenticios, evitar grasas y azúcares simples y aumentar el consumo de frutas y verduras... También es conveniente comer cada tres o cuatro horas y que las raciones sean lo suficientemente abundantes para evitar pasar hambre. Así podemos controlar mejor la ansiedad que la dieta genera. Las dietas desordenadas terminan, al final, en ingesta compulsiva de alimentos que, por lo general, suelen ser hipercalóricos. Hay que evitar comer fuera de las horas estipuladas. No tenga prisa, la pérdida de peso necesita tiempo. Y no confíe: huya de las «dietas milagrosas» que prometen adelgazar sin esfuerzo, comiendo todo lo que se quiera y en un tiempo récord. Por norma, están desequilibradas y son peligrosas, cuando no introducen pastillas con sustancias nocivas para la salud como anfetaminas u hormonas. Todas estas dietas, no tienen ningún fundamento científico, y lo único que consiguen es la frustración del paciente que ve que sus esfuerzos no dan resultados.
Tenga paciencia, márquese objetivos que puedan ser alcanzados y siempre déjese guiar por un especialista. Conseguirá más, con mejor estado de salud.
Lic. Romina Gamboa
Nutricionista – M.P. Nº 2101